Biodanza es una actividad que solo tiene sentido en grupo. Sin la existencia de un grupo, tampoco puede existir la Biodanza. En palabras de su creador, Rolando Toro, “el grupo es un biogenerador, un centro generador de vida”.

Es fácil pensar que cuando se reúnen varias personas con un objetivo común, ya forman un grupo. Por tanto, ya desde la primera clase de un grupo semanal, podríamos decir que tenemos un grupo. Pero eso no es así. A l principio, solo se trata de un conjunto de personas. El grupo como tal tiene una entidad y una finalidad en si mismo y necesita un tiempo para gestarse.

Enrique Pichón-Rivière en la década de los ’60 definió el concepto de “Grupo Operativo” , que propone una nueva línea de trabajo y de reflexión en torno a la posibilidad de utilizar la grupalidad como instrumento para el cambio. Se plantea así una metodología en la que el pensar y el sentir sobre un tema se armonizan en el trabajo grupal. Este trabajo tiene más profundidad, más repercusión, del que se podría conseguir a nivel individual. Como ya es sabido, el todo es mayor que la suma de las partes. Pura sinergia.

En las primeras clases de Biodanza, la cohesión entre los participantes es mínima;   se hace difícil mantener la mirada, compartir un abrazo. En esta fase, tiene un papel fundamental el facilitador. Su participación en los ejercicios en grupo (animación, caminares, ruedas…) sin olvidar los abrazos al final de la clase va a ser clave para estimular la participación de todos y ayudar a que el grupo se integre.

A medida que las sesiones transcurren se va creando un sentimiento de solidaridad cada vez mayor y el grupo comienza a integrarse, es decir, se transforma en una entidad propia. Cuando esto sucede se crea una atmósfera común que permite una percepción diferente de los integrantes del grupo. Prescindimos de quedarnos en la apariencia para sentir lo más esencial. La comunicación que se establece pasa a ser una comunicación en red. Salimos de la reciprocidad, del “tu y yo”, para pasar al “nosotros”. En las sesiones reina el silencio y la entrega.

Una vez formado, podemos pensar que el grupo tiene que ser cerrado para mantenerse. Al contrario. Cualquier persona que llega por primera vez es integrada al instante en el grupo, que se enriquece con la nueva persona. El fenómeno que sucede me recuerda siempre a cuando hacemos una mayonesa. Al principio los distintos ingredientes están separados pero una vez se liga la mayonesa, el aceite que incorporamos pasa de inmediato a integrarse en la mezcla.

Todo grupo tiene su propia identidad, su centro. Lo que sucede a uno de sus  integrantes resuena en los demás. Y aquí, una vez más, es fundamental la presencia del facilitador que tiene que estar atento a estos procesos para entender lo que el grupo necesita en cada encuentro. La mirada del facilitador ha de ser para el grupo porque todo lo que pasa dentro del mismo, aunque sea individual, es del grupo.