La mirada al igual que el gesto y la caricia, son formas de comunicación no verbal que utilizamos durante la clase de Biodanza y que solemos olvidar en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, en la hora y media que suele durar la vivencia no está presente la palabra, nuestro método preferente de comunicación, para evitar que la mente ocupe un espacio que queremos dedicar por completo al sentir.

Una de las cosas en las que muchas personas coinciden al empezar a venir a clases de Biodanza es lo que les cuesta mirar a los ojos a los demás integrantes del grupo.

Curiosamente, la más básica de las comunicaciones no verbales es mirarse a los ojos. Cuando un bebé fija su mirada en los ojos de su madre establece un importante vínculo afectivo. La mirada representa el primer lenguaje y a través de ella el bebé interacciona con el mundo que le rodea. Se sabe que a los bebés a los que no se les mira a los ojos tienden a no sonreír a la vez que se condiciona el diálogo espontáneo, la estimulación y la imitación en el niño.

Si tan importante es la mirada, ¿qué pasa después, cuando crecemos?… ¿Por qué nos incomoda tanto que los demás nos miren?…

Lo cierto es que esto depende del lugar donde hayamos nacido. De hecho, en Oriente Próximo, las personas se miran directamente a los ojos y utilizan cómodamente este recurso de comunicación. Sin embargo en nuestra sociedad occidental la mirada de los otros nos incomoda; nos sentimos observados y el no mirarnos nos proporciona la sensación de estar protegiendo nuestra intimidad. En palabras de Georg Simmel “la intensidad del entorno urbano activa una especie de distanciamiento y cautela autoprotectoras”. Resumiendo: desconfiamos de nuestro entorno y nos sentimos más seguros si no miramos ni nos miran.

En Biodanza miramos sin juicio, sin buscar un propósito. Es la mirada apreciativa, de la que tan bien habla Alex Rovira. Una mirada sin prejuicios, libre de falsas creencias, de proyecciones (lo que creo que el otro piensa sobre lo que yo pienso sobre él), que nos acerca mucho más a lo que de verdad es, a la esencia. 

La mirada del otro nos reconoce y, a la vez, nos permite reconocernos a nosotros mismos. Ese reconocer como volver a conocer, a descubrir al otro, liberados de prejuicios.

Poco a poco, volvemos a recuperar la cualidad de mirar. Vamos recobrando la confianza en nosotros mismos y en los demás como especie. Y nuestra mirada se vuelve más luminosa porque, al mirar el mundo con confianza, nuestro ser se vuelve también más luminoso.

Nuestra mirada define el mundo que vemos. La mirada que ama, que no teme, crea un mundo diferente al de la mirada que juzga, que proyecta. Por eso, citando a Henry David Thoreau, “no importa lo que miras, sino como lo ves”.